"No estoy del lado del hombre negro. No estoy del lado del hombre blanco. Estoy del lado de Dios."
lunes, 23 de marzo de 2009
Polemica
No tengo claro cuándo los Papas hablan como dios; es decir, sin equivocarse. Pero ayer, sin duda, no fue uno de esos días. Benedicto XVI aterrizó en Camerún, su primera África -un continente torturado por las guerras, el hambre y la pobreza (400 de sus 1.200 millones de habitantes lo son de solemnidad)-, para predicar la buena nueva: “La utilización del condón no es la respuesta al sida”. La solución es, a su muy sabio entender, “la fidelidad y la abstinencia porque la práctica solo incrementa el problema”. La receta no es nueva: tiene XXI siglos, aunque a veces sus guionistas le cambian el nombre a la enfermedad por no aburrir a la parroquia, que el sopor debilita el miedo y sin miedo no hay rebaño.
Quizá sea el jet lag -Julio Cortázar decía que ese ligero malestar se debía a que el alma no viajaba a la velocidad del avión y por ello tardaba un par de días en reunirse con el cuerpo-, la desorientación que producen el boato y el halago que rodean el cargo, los calores del clima tropical o un mal consejo de sus asesores terrenales y celestiales, pero lo dicho ayer por el líder espiritual de los católicos destruye gran parte del trabajo de decenas de ONG civiles y organizaciones religiosas que llevan años pugnando por convencer a los hombres africanos de que el uso del condón salva vidas, sobre todo las suyas y las de sus familias.
Asegurar desde el prestigio espiritual (y desde el desconocimiento que le otorga el cargo) que el preservativo no es la solución en un continente con 25 millones de personas infectadas de VIH es una invitación (¿delictiva?) al contagio. África con solo el 12% de la población del planeta tiene el 60% de los VIH conocidos del mundo. En 2010, el número de huérfanos por la muerte de uno o de los dos progenitores llegará a 18 millones. Solo en Botsuana se calcula que el 23,9% de la población está infectada. El sida, como sucedió con la esclavitud, está destruyendo el sector más productivo de la población africana.
He visto a misioneros y misioneras ejemplares repartir preservativos en hospitales y dar misas en lugares que si existiera dios se aparecería cada día porque allí no basta con un milagro. Recuerdo a una monja en un centro clínico de Ruanda. Le regañé entre bromas. “Madre; no sabe que el Vaticano tiene prohibido el condón”. Tras mirarme como si fuera un extraterrestre, replicó: “El 5º Mandamiento dice No matarás, y esto aquí es una cuestión de vida y muerte”. Cuando intenté seguir, me cortó posando su mano sobre la mía: “Si tengo que elegir entre el Vaticano y Dios yo ya he hecho mi elección”.
El Papa pide fidelidad y abstinencia sexual en un continente en el que las violaciones de mujeres, y de niñas, son un arma de guerra y un gravísimo problema en la paz (ahora se extiende la moda de las llamadas violaciones correctoras de lesbianas). Esta insistencia de hablar de sexo donde se muere de hambre demuestra cuando menos una ignorancia enciclopédica de la realidad por no decir otra cosa más grave. Desconozco cuál es la jerarquía de pecados y valores en el seno de la Iglesia, pero por encima del sexo debería estar la misericordia. O, al menos, el silencio. ¿Esperarán 500 años como con Galileo para pedir perdón por los errores de hoy?
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